"Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo... y por los mismos motivos."

Sir George Bernard Shaw

domingo, 24 de enero de 2010

MILANA BONITA

Éramos muy jóvenes. Éramos una familia feliz. La transición no nos tocaba ni de cerca. Si, tendríamos problemas económicos, como no, como el resto de los trabajadores de España, pero solidariamente se superaban, con amor en las familias, fueran estas de la tendencia ideológica que fueran.


“Los santos inocentes” fue un punto de inflexión para la sociedad de este país. Cuando la exhibieron en televisión, cientos de voluntades, miles de opiniones, millones de sentimientos estallaron en todas las direcciones.

Pero en mi hogar, a lo más que llegaron mis padres fue a llamar “el niño chico” a mi hermano Raúl, un gamberrete hoy de 36 años, padre de familia responsable como el que más. Tal vez, sólo tal vez, en mi caso, fue uno más de los alicientes para militar en la izquierda sindicalista de aquellos tiempos.

Desgarradora película, dolorosa, hermosa, pero que para los míos sólo significo algo que ya pasó, superado, vencido, por las voluntades y el trabajo de unos y otros.

Hoy, mientras escribo estas líneas, vuelvo a ver el mencionado film, y poco falta para derramar las lágrimas de la nostalgia de aquel hermoso tiempo.

Hermoso, si, que en mi adolescente entendimiento, enardecía las ansias de libertad, fraternidad e igualdad... Y más tarde hundidas y defraudadas al descubrir que, para los sindicatos de clase la justicia social, únicamente se distinguía en el color del tapizado de la poltrona que ocupaba el sindicalista “de clase” de turno. Que los políticos al uso, una vez alcanzado el objetivo del poder, dormitan en sus escaños, sin levantar la voz en defensa de los intereses de sus electores.

Pero mis padres, que habían crecido y mamado la dictadura, reían, sufrían y gozaban de sus hijos, de su vida.

Hoy contemplo las imágenes del magistral Paco Rabal, “milana bonita”, acompañado de lo más granado de la esfera del cine de nuestro país, Alfredo Landa, Terele Pávez, Agustín González, Juan Diego, etc. y tengo la certidumbre de que si Juan, el fontanero, mi padre, hijo de un voluntario en la batalla del Ebro, hubiera sufrido aún la metralla que su progenitor, mi abuelo, llevó en la pierna derecha hasta su muerte, ya la habría perdonado.

La niña chica, murió, como la guerra, sucumbió la dictadura y matamos a la transición, entonces, por favor, déjennos decir y optar libremente, color y decisión, amor sin odio, no nos hagan seguir subiéndonos a las ramas de un árbol para agitar “la milana bonita”

“QUIA, QUIA, QUIAAAAAAAAAAAAAA....

MILANA BONITA”

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