"Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo... y por los mismos motivos."

Sir George Bernard Shaw

domingo, 26 de julio de 2009

MENTIRAS DE LA HISTORIA

Contra la costumbre de este blog de publicar únicamente como entradas las ocurrencias
originales de sus autores, esta semana procedemos a colgar un artículo extactado del abajo citado libro, del prolífico escritor y periodista César Vidal, por el interés que consideramos tiene, (y por la pereza que ocasiona la canícula...), que encontramos en Libertad Digital.

Cataluña es una nación
Por César Vidal

El recientemente aprobado estatuto de Cataluña contiene una afirmación que ha sido enarbolada durante décadas por los partidos nacionalistas, la de que Cataluña es una nación. La inclusión ha venido además refrendada por el Gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero y por el PSOE, en un comportamiento sin precedentes. Semejante pronunciamiento (que colisiona frontalmente con el articulado de la Constitución) se sustenta no sobre la realidad de la Historia, sino sobre una mentira histórica de notables dimensiones. Y es que Cataluña jamás se consideró una nación, sino una parte más de una nación llamada España.
En fecha tan tardía como 1893, Francesc Cambó inició la tarea de predicar el catalanismo por las tierras de Cataluña. Sería él mismo quien, en sus Memorias, describiría el ambiente con que se encontró.

En su conjunto, el catalanismo era una cosa mísera cuando, en la primavera de 1893, inicié en el mi actuación (...) Organizamos excursiones por los pueblos del Penedés y del Vallés, donde había algún catalanista aislado (...) no creo que hiciéramos grandes conquistas: los payeses que nos escuchaban no llegaban a tomarnos en serio (...) Aquél era un tiempo en el que el catalanismo tenía todo el carácter de una secta religiosa. Puede decirse que todos los catalanistas se conocían entre sí.

Las palabras de Cambó serían confirmadas por Josep Pla, que añadiría:

Los catalanistas eran muy pocos. Cuatro gatos. En cada comarca había aproximadamente un catalanista: era generalmente un hombre distinguido que tenía fama de chalado.

Desde luego, no dejaba de ser una situación peculiar la descrita por los dos ilustres catalanes si se tiene en cuenta que, de acuerdo con los postulados del nacionalismo, Cataluña es una nación oprimida por España. Por el contrario, lo que escribían sobre la situación de hace más de un siglo Cambó y Pla resulta lógico si se tiene en cuenta que, en términos reales y no míticos, fidedignos y no mentirosos, la historia de Cataluña y de los catalanes siempre ha sido la historia de España.

Desde luego, los romanos –que crearon el término Hispania– siempre incluyeron en sus límites los territorios de la que, ya muy avanzada la Edad Media, sería Cataluña. No en vano Tarraco, la actual Tarragona, fue capital de una de esas Hispanias. Lo mismo sucedió cuando, deshecho el Imperio Romano, se estableció en la Península un dominio visigodo que cristalizaría en un reino de España.

Significativo resulta, por ejemplo, que la primera capital de ese reino, con Ataúlfo, estuviera en Barcelona. Sabido es que muy pronto la capital, con lógica irrefutable, se trasladó al centro de la Península, y más concretamente a Toledo, pero a esas alturas los escritores visigóticos, con Isidoro de Sevilla a la cabeza, hablan de una nación llamada España cuyas raíces son romanas y cristianas y a la que han llegado recientemente los godos. Semejante visión no quebró –todo lo contrario– cuando la invasión islámica de 711 pulverizó el reino visigótico. El reino, no España, que se aprestó inmediatamente a la resistencia frente al invasor musulmán.

En un intento de protegerse de un ataque islámico, los reyes francos se apoderaron de unos territorios situados al sur de los Pirineos, a los que denominaron Marca Hispánica (nombre, ciertamente revelador,) y a los que convirtieron en zona de salvaguarda. Sin embargo, de manera bien significativa, los monarcas francos fueron conscientes de que aquel territorio que siglos después sería Cataluña era ya entonces España.

En abril de 815, poco después de la creación del condado de Barcelona como separación entre el reino de los francos y los musulmanes, Ludovico Pío, rey de Aquitania y soberano de Septimania, promulgó un precepto destinado a la protección de los habitantes del condado de Barcelona y otros condados subalternos. En el texto se habla, literalmente, de los "españoles" Juan, Chintila y un largo etcétera, y, sobre todo, se dice algo enormemente interesante sobre los habitantes de lo que ahora denominamos Cataluña:

Muchos españoles, no pudiendo soportar el yugo de los infieles y las crueldades que éstos ejercen sobre los cristianos, han abandonado todos sus bienes en aquel país y han venido a buscar asilo en nuestra Septimania o en aquella parte de España que nos obedece.

En el documento –como era de esperar– no aparece la palabra "Cataluña" ni la palabra "catalanes" porque eran ideas aún inexistentes, pero sí se hace referencia a cómo esa zona territorial formaba parte de España y a que sus habitantes eran españoles.

Hasta el año 1096 la familia de los condes de Barcelona –que seguían siendo vasallos del reino franco– fue de origen extranjero, y, con la excepción de Berenguer III, que se casó con María, hija del Cid Campeador, los matrimonios siempre se contrajeron con mujeres procedentes de algún lugar situado al norte de los Pirineos.

En el año 1137 un conde de Barcelona llamado Ramón Berenguer IV rompió con esa tradición, seguida durante siglos por sus antecesores, y contrajo matrimonio con la princesa Petronila de Aragón. De esta manera, el condado de Barcelona –que ni era Cataluña, ni era una nación catalana, ni tenía pretensión de serlo– volvía a reintegrarse en el proceso de reconstrucción, de reconquista, de una España que había estado a punto de desintegrarse por completo a causa de la invasión islámica. Y lo hacía como parte no de una confederación catalano-aragonesa, como dicen los nacionalistas, a pesar de que jamás aparece tal nombre en las fuentes históricas, sino como parte de la Corona de Aragón.

Esa conciencia de que Cataluña era tan sólo una parte de España y no una nación independiente la encontramos también en los reyes que ejercieron sobre ella su soberanía. Citemos algunos ejemplos. Cuando, en 1271, Jaime I salió del Concilio de Lyon, tras haber ofrecido la cooperación de sus hombres y de su flota para emprender una cruzada, exclamó: "Barones, ya podemos marcharnos; hoy a lo menos hemos dejado bien puesto el honor de España". De la misma manera, cuando socorrió a Alfonso X de Castilla en la lucha contra los moros de Murcia, Jaime I sostuvo que lo hacía "para salvar a España". De manera semejante, el rey Pedro III afirmó que había salvado el honor de España al acudir a Burdeos para batirse con Carlos de Anjou, manteniendo su palabra.

Y si esto pensaban los monarcas que reinaban –entre otros territorios– sobre Cataluña, no otra cosa pensaban sus historiadores. En el siglo XIV, el catalán Ribera de Perpejá escribió la Crónica de Espanya, en la que señalaba precisamente cómo Cataluña era una parte de esa España despedazada por la invasión musulmana pero ansiosa de reunificación. Y el gran historiador catalán Ramón Muntaner reclamó una política conjunta de los cuatro reyes de España, que son, escribió, "d'una carn e d'una sang".

Nada de esto puede extrañar, si se tiene en cuenta que guerreros tan catalanes como los almogávares se lanzaban al combate gritando no Cataluña, sino "¡Aragón! ¡Aragón!". ¿Hubieran podido gritar otra cosa, cuando Cataluña no era sino una parte de la Corona de Aragón y no una nación independiente?

Por su parte, Bernat Desclot, un autor cuya lectura sería más que sobrada para desmontar la mayoría de las mentiras históricas del nacionalismo catalán, nos ha dejado referencias bien significativas. Por ejemplo, al mencionar la batalla de las Navas de Tolosa (1212) señaló, en su Crónica, que en dicho combate habían intervenido "los tres reyes de España, de los cuales uno fue el rey de Aragón".

De la misma manera, al narrar un viaje del conde de Barcelona a Alemania para entrevistarse con el emperador, Desclot relató que aquél se había presentado ante su majestad imperial diciendo: "Señor, yo soy un caballero de España". Acto seguido, ese mismo conde de Barcelona había dicho a la emperatriz alemana: "Yo soy un conde de España al que llaman el conde de Barcelona". No resulta extraño que el emperador, según nos cuenta el mismo Bernat Desclot, dijera a su séquito: "(...) han venido dos caballeros de España, de la tierra de Cataluña".

No cabe duda de que los catalanes medievales –mal que les pese a los nacionalistas– tenían las ideas muy claras, y éstas no eran formar parte de una nación independiente.

Con esos antecedentes repetidos vez tras vez no puede sorprender que, durante los siglos siguientes, Cataluña y los catalanes se sintieran hondamente españoles. Como el resto de los españoles, participaron en la guerra civil de inicios del siglo XVIII, que algunos pretenden presentar falsamente como un conflicto independentista catalán, cuando fue un enfrentamiento dinástico. Defendían –con personajes como Casanova, convertido en icono nacionalista– no la independencia de la nación catalana, sino al pretendiente austriaco frente al borbónico.

Como el resto de los españoles, los catalanes también resistieron al invasor francés en el Bruch y en el asedio de Gerona, y no deja de ser significativo que una de las heroínas españolas más famosas de la guerra de la independencia fuera la catalana Agustina de Aragón.

Como el resto de los españoles, también los catalanes combatieron en Marruecos en 1859, a las órdenes de un general catalán llamado Prim, y desfilaron por las calles al sonido de Los voluntarios, una marcha militar que se interpretó entonces por primera vez.

Como el resto de los españoles, los catalanes sufrieron también el desastre de 1898. Cuatro de los 33 últimos soldados de Filipinas fueron catalanes.

Como el resto de los españoles, en suma, sufrieron las alegrías y tristezas de la historia de España, sin excluir la guerra civil de 1936, en cuyos dos bandos participaron. Nadie puede olvidar, por ejemplo, al Tercio de Montserrat, que, encuadrado en el ejército nacional, dejó su sangre, por ejemplo, en la batalla del Ebro.

No puede extrañar que, como señalaba Cambó, no hubiera apenas catalanistas antes de él, o que, como dejó escrito Pla, los pocos que existían tuvieran fama de chalados. ¿Cómo iba nadie a creer en el nacionalismo con ese pasado histórico? A día de hoy, una mentira histórica tan monstruosa como la del nacionalismo pretende cerrar los ojos de los catalanes a la verdad. Para ello ha seguido la consigna de Prat de la Riba:

Había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes... Esta obra no la hizo el amor... sino el odio.

Tristes son las palabras de Prat de la Riba, pero no pueden ser tachadas de falsas. Durante décadas, los nacionalistas han inoculado en sucesivas generaciones de Cataluña ese odio a España, una España a la que se ha pintado no como la madre común, sino como una opresora; no como el tronco que sustenta las diferentes ramas nacionales, sino como un árbol odioso y extraño.

Además, los que han sembrado el odio se han empeñado en usurpar el nombre de Cataluña, como si fuera de su propiedad exclusiva, y se han permitido tachar de catalanófobos a los que no comparten los delirios del nacionalismo y tan sólo aspiran a que Cataluña sea una tierra en la que ni se asalte ni se agreda a los que no son nacionalistas; en la que la lengua catalana no sea barrera de separación sino instrumento de unión; en la que los padres puedan educar a sus hijos en su lengua madre, en la que no se vea al resto de España como enemigos sino como hermanos y en la que la ley sea la misma para todos, independientemente de que sean o no nacionalistas.

Para impedir tan nobles metas, para implantar el nacionalismo en centenares de miles de corazones, el nacionalismo catalán ha tenido que recurrir al uso sistemático e ininterrumpido de la mentira, una mentira que, entre otras cosas, afirma que Cataluña es una nación.

Este texto es una versión editada del capítulo séptimo de
MENTIRAS DE LA HISTORIA, de CÉSAR VIDAL, que acaba de lanzar al mercado La Esfera de los Libros.

lunes, 20 de julio de 2009

Empujando la muralla.

Supongo que lo próximo será hacer al 4 de agosto fiesta nacional, y lo último ha sido afirmar que el Estado de las autonomías no se va a consolidar hasta que se pongo en marcha el nuevo modelo de financiación. Pero, claro, cómo no iba perfeccionar a España cuando hace cuatro días se le glosaba como modelo planetario.

Pronto veremos que las estatuas de Cristóbal Colón que van derribando por los países del eje chapista se vuelven a erigir con la imagen del Zapatero radiante. Y tendremos a Pajín o Moratinos afirmando que el descubrimiento de América no se ha completado hasta la llegada del amado líder.

A este paso va a suceder aquí como en Honduras, donde hasta el propio partido del presidente ha colaborado para quitárselo de en medio. Se ve venir que a tanto va a llegar el endiosamiento del gobernante.

De momento ningún barón con poltrona ha dicho ni mu, no sea que por un quítame allá esas pajas se queden sin ínsula de Barataria donde mantener a la familia, que las hay muy numerosas. Pero algún que otro ex Barón ya ha dicho una palabra más alta que la otra, y el entorno del presidente, cual muralla de Jericó, ha empezado a vibrar, y quien sabe si antes de Navidad empiecen a aparecer las grietas. Y eso que la oposición, que se supone que tendría que propiciar esas grietas, parece más reforzar esas murallas que empujarlas.

De todas maneras ya se sabe que España por Verano se queda más que paralizada, momificada y hasta que no llegue el Otoño no se sabrá si viene frío, caliente o tibio. Así que no nos queda más remedio que quedarnos a la espera.

Por cierto, el 4 de agosto es el cumpleaños del presidente.

domingo, 12 de julio de 2009

Acabar con el éxodo.

Existe una norma fundamental en la hermenéutica bíblica, que sostiene que cuando se ha de sacar una conclusión de una palabra, versículo, capítulo o libro de la Biblia, se ha de tener en cuenta todo lo demás. Si no se tiene esto en cuenta, las conclusiones a las que se puede llegar pueden ser de lo más disparatadas.

Todavía queda en Sudamérica, y en menor medida en España, algún remanente de aquella escuela teológica, en sus tiempos tan pujante, que fue la teología de la liberación. Esa doctrina que antepone a todo la opción preferencial de los pobres y que sitúa como uno de sus ideales la lucha y la emancipación de los pueblos. Cuanto más exótico y desarrapado sea el pueblo mejor.

Advierto lo del primer párrafo porque esta teología ha tenido siempre como libro bíblico de referencia Éxodo, el segundo de la Biblia. Aquel en que se relata la lucha del pueblo de Israel por liberarse del yugo egipcio y de la ignominiosa esclavitud a la que estaba sometido. También se describe como ese pueblo tras un duro caminar por el desierto llega a su tierra prometida tras cuarenta años.

Como no podía ser menos, todos los grupos más o menos afines a la teología de la liberación, aparte de proclamar a los cuatro vientos el derecho a la libertad de todos los pueblos, de los pobres a liberarse de la opresión de multinacionales, de las opiniones del papa y de los tejemanejes del presidente USA de turno, también sostienen el derecho de cualquier pobre del tercer mundo a emigrar a cualquier punto del primer o segundo mundo sin más papeles que el de fumar.

Pero también se podría permitir a los demás contravenir esa norma de hermenéutica, y encontrarnos con que en el relato de Éxodo (que es además el título de la principal revista de los teólogos de la liberación en España) nos encontramos con que Dios pide a los que han sido emigrantes que vuelvan a su tierra originaria; que el Faraón es castigado hasta con diez plagas por no permitir que los inmigrantes se vayan de su país; que la tierra de estos inmigrantes se ha echado a perder y ha sido ocupada por otros pueblos porque los hijos de Israel abandonaron la tierra que Dios les había dado en cuanto llegó la primera hambruna; que en el relato bíblico el llegar a Egipto fue fácil y placentero para todos, inmigrantes y autóctonos, pero que a final todo acabó en llanto, lucha y persecuciones. Eso por no mencionar el detalle de que tras varias generaciones los hebreos no se integraron en modo alguno en la sociedad egipcia y aquello acabó como el rosario de la aurora. Claro aviso a navegantes.

Por tanto, pedimos a todos estos grupos que se lo piensen mejor cuando lleguen a sus conclusiones y que antes de lanzar la soflama acostumbrada tengan en cuenta todo el contexto, todos los aspectos del problema y hasta lleguen a tener en cuenta los pobres y parados que ya existen, y cada vez más, en este “Egipto” en que nos ha tocado nacer y vivir.

Así que, y mencionando también al Señor: “Cada uno en su casa, y Dios en la de todos”.

domingo, 5 de julio de 2009

Qué curioso.

Curioso lo de Honduras.

Curioso lo que sucede en Honduras.

Un presidente al que se le acaba el mandato.

Un presidente que ve que la constitución que ha jurado cuando asumió el cargo no le permite
presentarse a la reeleción.

Un presidente al que se le ocurre que la solución es montar un refrendo que le permita modificar la incómoda cláusula.

Un partido opositor al que no le parece nada bien la jugada.

Una cámara legislativa que tampoco parece muy cómoda con la argucia presidencial.

Un partido al que pertenece el presidente ¡que también se opone al referendum!.

Un referendum al que todos, excepto el presidente, intentan boicotear.

Un ejército que comienza a impacientarse.

Un poder judicial que manifiesta que la cláusula está ahí por algo y que es intocable.

Una recua de presidentes cercanos que cuestionan la inmutabilidad de una constitución que ni han leído ni respetan (no respetan la suya, van a respetar la de otro).

Un presidente que sigue empeñado en el refrendo. Pelín pesado él.

Una reunión que el presidente no preveía y donde congresistas, jueces, políticos y militares. Y esos últimos, los militares, que agarran al presidente testarudo, lo meten en un avión y lo deportan a Costa Rica (los tiempos van cambiando. Hace una década ya estaría fusilado)

Estupor en la recua, indignación contenida y simulada del emperador yankee y enfado casi indiferente de las Europas.

El presidente que quiere volver y los que se quedaron que le dicen que ni se le ocurra, que si lo hace no responden

Los que han usurpado el poder que van a mandar una comisión a ver a Obama para ver si le convencen. Llevan cuatro días y ya saben gastarse el dinero en viajes inútiles.

.... Y continuará.