"Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo... y por los mismos motivos."

Sir George Bernard Shaw

domingo, 10 de mayo de 2009

Una de cerdos.

Anda estos días visitando Tierra Santa Benedicto XVI. Hasta ahora todo ha ido bien. Visitas a sinagogas y mezquitas, encuentros con líderes religiosos judíos y musulmanes, y un constante recalcar que donde dije Digo dije Diego en relación con aquellas palabras en la universidad de Ratisbona. Todos más o menos satisfechos.

Pero se me ocurre que aprovechando la aparente balsa de aceite en que se desenvuelve todo podía echar una mano a unos correligionarios. Me refiero a esos cristianos egipcios que se dedican a la crianza de cerdos. Evidentemente ya lo deben pasar un poco mal cuando sólo pueden vender su mercancía al resto de los cristianos egipcios, pero las autoridades han decidido aprovechar el pánico desatado por la gripe A (antes gripe porcina) y les han obligado a sacrificar sus piaras sin indemnización alguna, lo que ha provocado algún que otro disturbio, reprimido con especial saña por la policía.

Reprobable y aborrecible se puede calificar la decisión de las autoridades egipcias, pero al menos tiene la ligera disculpa de que se ha inclinado del lado de la mayoría en detrimento de los legítimos derechos de una minoría.

Algo que contrasta con lo que sucede por estos pagos. Aquí se puede decir que criadores y consumidores porcinos hay en toda la península, archipiélagos y ciudades autónomas (en Gibraltar se dedican más bien a la crianza de monos)
En cambio nos encontramos con la paradoja de que la ancestral tradición de la matanza está prácticamente erradicada por más que estrictos controles veterinarios que dificultan el sacrificio y lo encarecen enormemente.

En cambio cada vez que llega la fiesta musulmana del sacrificio del cordero, todos los inmuebles donde residen devotos musulmanes se llenan del olor de corderos churruscados tras ser sacrificados del modo más artesanal y sin control que se pueda imaginar.

Pero, claro, estamos hablando de una minoría más que peliaguda, y que de continuar con estos privilegios, tratos de favor y demás ventajas no tardarán en imponerse. Que se echen a temblar las tabernas.

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