"Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo... y por los mismos motivos."

Sir George Bernard Shaw

domingo, 12 de julio de 2009

Acabar con el éxodo.

Existe una norma fundamental en la hermenéutica bíblica, que sostiene que cuando se ha de sacar una conclusión de una palabra, versículo, capítulo o libro de la Biblia, se ha de tener en cuenta todo lo demás. Si no se tiene esto en cuenta, las conclusiones a las que se puede llegar pueden ser de lo más disparatadas.

Todavía queda en Sudamérica, y en menor medida en España, algún remanente de aquella escuela teológica, en sus tiempos tan pujante, que fue la teología de la liberación. Esa doctrina que antepone a todo la opción preferencial de los pobres y que sitúa como uno de sus ideales la lucha y la emancipación de los pueblos. Cuanto más exótico y desarrapado sea el pueblo mejor.

Advierto lo del primer párrafo porque esta teología ha tenido siempre como libro bíblico de referencia Éxodo, el segundo de la Biblia. Aquel en que se relata la lucha del pueblo de Israel por liberarse del yugo egipcio y de la ignominiosa esclavitud a la que estaba sometido. También se describe como ese pueblo tras un duro caminar por el desierto llega a su tierra prometida tras cuarenta años.

Como no podía ser menos, todos los grupos más o menos afines a la teología de la liberación, aparte de proclamar a los cuatro vientos el derecho a la libertad de todos los pueblos, de los pobres a liberarse de la opresión de multinacionales, de las opiniones del papa y de los tejemanejes del presidente USA de turno, también sostienen el derecho de cualquier pobre del tercer mundo a emigrar a cualquier punto del primer o segundo mundo sin más papeles que el de fumar.

Pero también se podría permitir a los demás contravenir esa norma de hermenéutica, y encontrarnos con que en el relato de Éxodo (que es además el título de la principal revista de los teólogos de la liberación en España) nos encontramos con que Dios pide a los que han sido emigrantes que vuelvan a su tierra originaria; que el Faraón es castigado hasta con diez plagas por no permitir que los inmigrantes se vayan de su país; que la tierra de estos inmigrantes se ha echado a perder y ha sido ocupada por otros pueblos porque los hijos de Israel abandonaron la tierra que Dios les había dado en cuanto llegó la primera hambruna; que en el relato bíblico el llegar a Egipto fue fácil y placentero para todos, inmigrantes y autóctonos, pero que a final todo acabó en llanto, lucha y persecuciones. Eso por no mencionar el detalle de que tras varias generaciones los hebreos no se integraron en modo alguno en la sociedad egipcia y aquello acabó como el rosario de la aurora. Claro aviso a navegantes.

Por tanto, pedimos a todos estos grupos que se lo piensen mejor cuando lleguen a sus conclusiones y que antes de lanzar la soflama acostumbrada tengan en cuenta todo el contexto, todos los aspectos del problema y hasta lleguen a tener en cuenta los pobres y parados que ya existen, y cada vez más, en este “Egipto” en que nos ha tocado nacer y vivir.

Así que, y mencionando también al Señor: “Cada uno en su casa, y Dios en la de todos”.

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