"Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo... y por los mismos motivos."

Sir George Bernard Shaw

domingo, 14 de diciembre de 2008

NAVIDAD 2008


El agua-nieve azotaba sin consideración su rostro mientras avanzaba entre otros viandantes que se protegían como podían de las inclemencias climatológicas. Cada paso que daba era un esfuerzo físico, pero a él le resultaba vigorizante, cuál motor, empujaba su caminar en dirección a casa.
Había sido un año difícil, con el despido primero de su mujer, y posteriormente, el cierre de su empresa, donde trabajaba desde hacia 27 años. La crisis, ya se sabe, a todos nos afectó, se decía al tiempo que luchaba por alcanzar el portal cargado de bolsas y sujetando las llaves con la mano libre.
A duras penas consiguió abrir la cancela de la entrada y llegar hasta la puerta, no sin riesgo de desparramar el contenido de los paquetes por la entrada, mientras los primeros copos de nieve, nieve, empezaban a cubrir sus ya nevados cabellos. Se limpio las suelas de los zapatos en la alfombrilla de la entrada concienzudamente, y con mucho trabajo, logró introducirse en la vivienda, esquivando toda la clase de cachivaches que las mujeres suelen poner como decoración en la entrada de los domicilios, como si de una gymkhana feminista se tratase.
Nadie había llegado aún, por lo que se alegró, pues le permitiría preparar la sorpresa con mayor tranquilidad. Estas serian unas navidades para recordar, se dijo.
Mientras metía en el horno el pollo, preparaba los canapés de salmón y de sucedáneo de caviar, enfriaba el cava, en fin, montaba todos los preparativos para la cena de nochebuena, pensaba para sí que ese año no habría en la mesa jabugo, ni angulas, no tendrían mariscos ni cordero asado, sobrarían las velas y los vestidos largos, pero el amor de su familia compensaría con creces todos los oropeles ausentes.
Le invadía una sensación que desde niño, cuando en casa de sus padres bajaban todos los vecinos a cantar, beber, comer turrrones y dejar salir los mejores deseos, no recordaba. De hecho, buscó entre sus Cds alguno con villancicos, añoró su vieja pandereta, que su padre le compró en la Plaza Mayor de niño y la zambomba con la que su hermano pequeño, (hablarían por teléfono ese año como todos los años después del discurso del Rey), les atormentaba hasta casi el verano, y lo puso a todo volumen en el equipo de música. Las notas de esas canciones que hasta sus oídos llegaban, le hicieron ahondar más en aquellos recuerdos dormidos desde hace mucho tiempo en su corazón.
Invadido por una extraña felicidad, decidió encender las luces del abeto artificial que hacia ya mucho, mucho tiempo compraron, y que mecánicamente instalaban por esas fechas siempre, y que el pasado fin de semana colocó con desgana en el salón. Contempló el nacimiento, humilde como pocos, que heredó de mamá cuando esta falleció, y las lágrimas acudieron a sus cansados ojos. Recuerdos felices le sumieron en una profunda reflexión, preguntándose cual seria la reacción de los suyos al ver su, ahora pensaba, infantil iniciativa. Había gastado más dinero del que acordaron para celebrar la fiesta, tal vez su hija, adolescente en ciernes, precisara unos zapatos nuevos, o su joven y espigado primogénito necesitara algo de dinero para salir esa noche con la novia...
El peso de los remordimientos junto con el cansancio, consecuencia de pasar todo el día buscando trabajo le rindieron, y se durmió.
Cuando, no sabría precisar el tiempo trascurrido, despertó, tres rostros amados le miraron sonrientes y le dijeron casi al unísono: “Gracias, Papá”. A pesar de todo, FELIZ NAVIDAD.

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