Cuando era niño, y a menudo ya no tan niño, frecuentaba el parque del Retiro de Madrid no sólo por el placer de pasear por sus jardines o de disfrutar de sus paseos en barca, sino también me embobaba y aún hoy me embobo con las marionetas, los ilusionistas, malabaristas y hasta con los echadores de cartas. Cambian su mayor o menor arte por un poco de dinero y viven honradamente.
De un tiempo a esta parte, se está utilizando el término titiriteros para denominar con intención ofensiva, la banda de estómagos agradecidos siempre listos para lucir una pegatina como para insultar a la mitad de los españoles, con la autoridad que les otorga el dudoso mérito de dedicarse a la canción o al cine. Pues bien, aún en el caso de que alguno de ellos posea verdadera calidad artística, desde luego los menos, nada les autoriza para erigirse en jueces de lo ético, correcto o moral, máxime cuando son los primeros que no dan ejemplo. Curiosamente estos artistas se alinean irremediablemente con la izquierda, pero viven con todo el lujo y boato que las subvenciones pagadas por aquellos a quien menosprecian les permite.
Sorprende a veces descubrir como algún monarca de pollos fritos se permite opinar en tertulias más o menos sesudas sobre temas que tal vez pudo oír de pasada en la consulta de su cirujano plástico, (Ay, esas naricitas, que mal cuidadas están...), u otro macarra metido a rapsoda nombrado hijo honorífico del cártel de Calí y de Medellín por el dinero que les da a ganar puede enseñarnos a educar a nuestros hijos.
Creo que llamar a alguien titiritero no es un insulto, es tan honroso como fontanero, médico o... zapatero y rogaría que se sustituya por términos más acordes con los personajillos a los que nos referimos. Por ejemplo, ladilla de estudio de grabación, piojo (rojo) de plató o sanguijuela de papel cuché.
¡ VIVA ESPAÑA!
De un tiempo a esta parte, se está utilizando el término titiriteros para denominar con intención ofensiva, la banda de estómagos agradecidos siempre listos para lucir una pegatina como para insultar a la mitad de los españoles, con la autoridad que les otorga el dudoso mérito de dedicarse a la canción o al cine. Pues bien, aún en el caso de que alguno de ellos posea verdadera calidad artística, desde luego los menos, nada les autoriza para erigirse en jueces de lo ético, correcto o moral, máxime cuando son los primeros que no dan ejemplo. Curiosamente estos artistas se alinean irremediablemente con la izquierda, pero viven con todo el lujo y boato que las subvenciones pagadas por aquellos a quien menosprecian les permite.
Sorprende a veces descubrir como algún monarca de pollos fritos se permite opinar en tertulias más o menos sesudas sobre temas que tal vez pudo oír de pasada en la consulta de su cirujano plástico, (Ay, esas naricitas, que mal cuidadas están...), u otro macarra metido a rapsoda nombrado hijo honorífico del cártel de Calí y de Medellín por el dinero que les da a ganar puede enseñarnos a educar a nuestros hijos.
Creo que llamar a alguien titiritero no es un insulto, es tan honroso como fontanero, médico o... zapatero y rogaría que se sustituya por términos más acordes con los personajillos a los que nos referimos. Por ejemplo, ladilla de estudio de grabación, piojo (rojo) de plató o sanguijuela de papel cuché.
¡ VIVA ESPAÑA!